Los juegos comenzaban con un desfile por las calles romanas que transcurría desde el Capitolio hasta el Circo, era el desfile de los participantes y las autoridades organizadoras de la forma más espectacular posible. Músicos, danzarines, actores, cómicos amenizaban el recorrido, mientras la gente amontonada en las aceras gritaba extasiada a sus ídolos sintiéndolos más cerca que nunca. En las afueras del circo un mercado de tenderetes vendía lo más variado de productos, desde fruta hasta perfume, los adivinos ofrecían sus conocimientos en las artes adivinatorias, las rameras vendían su cuerpo en las arcadas del edificio y la gente se agolpaba en las entradas del recinto. Una vez en el circo y celebrados los ritos de inicio habituales el magistrado autorizaba el comienzo de los juegos y el sonido de las trompetas inundaba todos los rincones del estadio.
Los grandes ídolos de masas con sus carros hacían acto de presencia en la arena entre grandes ovaciones y las primeras lágrimas empezaban a dibujarse en el rostro de las romanas, mientras el nerviosismo por el dinero jugado inundaba a los señores, miles de sestercios estaban en juego durante las siete vueltas que duraba la carrera.
Al finalizar la carrera, el vino, los licores y las más dulces viandas recorrían las gradas mientras en la arena comenzaba una nueva exhibición ecuestre como entretenimiento hasta el comienzo de una nueva carrera. Una nueva oportunidad de ganar dinero y disfrutar con la espectacularidad de las cuadrigas. Todo terminaba con el éxtasis de la recogida del triunfo, los vencedores recibían el trofeo que les daba dinero y fama mientras patricios y plebeyos reían, aplaudían y lloraban por los sestercios perdidos.